La mayoría de las mujeres sienten culpa por alguna razón. Una de ellas es el descanso. No nos permitimos descansar porque, en el fondo, está la creencia arraigada de que no lo merecemos y, sobre todo, de que nuestra tarea principal es cuidar de otros, llámense pareja, hijos o padres mayores. Mi propia abuela, cuando se acostaba a dormir una breve siesta, se cubría hasta la rodilla. Así, si mi abuelo llegaba, podía levantarse enseguida y ocultarle lo que estaba haciendo.
Todos escogemos alimentar ciertos pensamientos que nos provocan culpa. Pero en el caso de las mujeres se debe a que nos han inculcado, por mucho tiempo, ideas como que nosotras no nos podemos enojar porque, si lo hacemos, somos locas o malas o egoístas. Y, como resultado, no nos van a amar. Esto nos ha conducido a pensar que, si nos tratamos bien porque nos valoramos y nos cuidamos, nos estamos portando mal y sentimos culpa.
Esta forma de pensar suele ser inconsciente y ni siquiera sabemos que la tenemos. Lo cierto es que la culpa les ha colocado a las mujeres cargas demasiado pesadas y difíciles de sobrellevar. Así es como a diario nos decimos a nosotras mismas: “Tendrías que hacer (o haber hecho) tal y tal cosa”, lo cual nos hace sentir culpables. Incluso cuando estamos dando lo mejor de nosotras. La culpa nos acompaña todo el tiempo.
¿Cuáles son los ingredientes de la culpa? Básicamente son estos dos:
“Siempre” + “debería” = culpa
Esta emoción, cuando no la reconocemos, nos daña porque nos detiene y nos priva de todo lo mejor que la vida nos ofrece (nos lleva a boicotearnos todo lo que hacemos). Tampoco nos deja corregir nuestras equivocaciones porque nos creemos merecedoras de castigo y dolor.
Solo cuando nos atrevemos a liberarnos de la culpa, somos capaces de adquirir una mentalidad que mira hacia el futuro y espera siempre lo mejor (aunque cometamos errores), sin detenernos por nada. Porque dejamos de movernos por lo que sentimos y comenzamos a movernos por lo que es correcto.